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Hacia el cuidado de nuestra salud mental

Salud mental

La estigmatización que, desde siempre, ha acompañado a las enfermedades mentales ha repercutido a la hora de priorizar nuestro bienestar emocional, llevándonos a anteponer la salud física a la psicológica. En este contexto, la COVID-19 supuso un punto de inflexión en el tratamiento que hasta entonces se había dado a la salud mental, cuando superados los meses más críticos de la pandemia, las secuelas psicológicas asociadas a tal situación comenzaban a hacerse más visibles. Si bien, la pandemia habría contribuido en gran medida a empeorar nuestra salud mental, ocasionando que afecciones como la ansiedad y la depresión se vieran incrementadas en un 25% a lo largo del 2020, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), también habría servido para generar un debate de peso en torno a nuestra mente y su cuidado.

A pesar de haber influido notablemente en el desarrollo de enfermedades psicológicas, previa a la irrupción de la pandemia la mala salud mental de la población ya era una cuestión más que preocupante, dado el elevado número de personas que pese a convivir con una enfermedad de estas características no recibirían el tratamiento pertinente. Así, de los cerca de mil millones de ciudadanos en el mundo que en 2019 padecían un trastorno mental, un 14% de ellos adolescentes, “solo un pequeño porcentaje de las personas que la necesitaban tenían acceso a atención de salud mental eficaz, asequible y de calidad”, tal y como apuntaría la OMS. El factor económico influiría a la hora de que muchas personas no reciban el tratamiento adecuado, debido entre otras cuestiones a la falta de profesionales del ámbito de la salud mental en los sistemas de atención primaria. Tomando como referencia los datos arrojados por el Estudio Sanitas “El estado de la salud mental en España”, esta constituiría la principal razón para una cuarta parte de las personas encuestadas, seguida de la vergüenza que produciría a un 11% de la población exponer sus problemas ante una persona desconocida. Ambas cuestiones explicarían por qué, aunque un 8,3% de la población española consideraría que su estado mental no sería bueno en la actualidad y un 40,7% creería que podría mejorar, solo un 30,7% de los españoles afirmaría haber acudido a un profesional.

Para Silvia Álava, doctora en Psicología Clínica y de la Salud, escuchar a nuestras emociones y aprender a leerlas supondría el primer paso para gozar de una buena salud mental, a lo que también se sumaría contar con unos hábitos de vida saludable. “Las emociones en absoluto son malas, son información”, apuntaba durante su participación en la jornada «Salud y bienestar emocional: en el punto de mira» organizada por los diarios Expansión y El Mundo, junto a BBVA. De esta manera, Álava insistía en la idea de no esperar a tener un trastorno para pedir ayuda, habiendo de permanecer alerta a las señales que nos proporciona tanto nuestra mente, como nuestro cuerpo.

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