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El poder de la desinformación en tiempos de crisis

Desinformación

En la era de la información, la desinformación se afianza como un problema de gran complejidad ante la proliferación de noticias falsas que hacen brotar nuestras emociones y sumen nuestro raciocinio en un estado de letargo. Las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) nos han vuelto más proclives a consumir información sesgada, errónea o desvirtuada, dada la rapidez a la que viajan hoy en día las noticias y la posibilidad de que estas lleguen hasta el lugar más recóndito del Planeta, siempre y cuando, claro está, este cuente con acceso a Internet. Derivado de este maremágnum informativo surgen fenómenos como el de la infodemia que, en términos generales, hace referencia a esa sobreabundancia informativa que dificultaría la distinción entre lo verídico de lo que no lo es. Un escenario en el que también entraría a formar parte la posverdad, entendiéndose como tal, la predisposición del individuo a ser engañado al anteponer sus emociones frente a cualquier dato objetivo.

Las fake news o noticias falsas suponen un grave peligro para las democracias, pudiendo llegar a serlo también para la salud pública. Prueba de esto último, lo encontramos en lo acontecido durante la crisis epidémica de la COVID-19, en la que las redes sociales se inundaban de noticias falsas en torno al origen de la enfermedad, su tratamiento o la vacunación, entre otras cuestiones. Hoy, la guerra en Ucrania vuelve a evidenciar una vez más el poder de este tipo de informaciones en momentos en los que el desconcierto impera sobre cualquier tipo de lógica y las emociones se encuentran a flor de piel.

En paralelo a ese incremento de informaciones falsas, en los últimos años se han puesto en marcha diversas plataformas de fact-checking o verificación de hechos, que buscan contribuir a crear una sociedad bien informada y libre de bulos. Pese a que este tipo de herramientas habría resultado de gran ayuda en la detección de fake news, frenar la propagación de estas últimas resultaría especialmente complejo. Tomando como referencia una publicación del Parlamento Europeo del año 2019, en la que se recogen una serie de pautas para reconocer cuando nos encontraríamos ante una información falsa, la institución parlamentaria apunta como una cuestión relevante el hecho de que “seis de cada diez noticias compartidas en las redes sociales ni siquiera han sido leídas antes por el usuario que las ha compartido”. Tales datos evidenciarían las dificultades que supondría frenar la circulación de este tipo de noticias, ante la despreocupación de una parte importante de la ciudadanía por conocer el contenido que comparten. Es por ello, por lo que además del compromiso de quienes elaboran la información, se hace necesaria la colaboración de empresas, instituciones, así como la ciudadanía en su conjunto, para lograr frenar de forma eficaz la propagación de estas noticias, a las que un 85% de los europeos consideraría una amenaza para la democracia. Comprobar el contenido y el medio en el que este ha sido publicado, contrastar las fuentes y las imágenes o cuestionar nuestras propias ideas preconcebidas, serían algunas de las acciones que recomendarían seguir desde el Parlamento de Europa ante de compartir cualquier tipo de información.

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