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El éxito de convertirse en una sociedad envejecida

Envejecimiento

Hace apenas un mes, la Tierra alcanzaba los 8.000 millones de habitantes, en un contexto marcado por las desigualdades, las crisis y los conflictos, pero también por el progreso. La reducción del riesgo de muerte y el aumento de la esperanza de vida habrían traído consigo una revolución demográfica, materializada en el incremento de la población y el envejecimiento de la misma. Los retos que tal situación plantea, ocasionarían que se tienda a obviar los logros que habrían hecho posible llegar hasta donde hoy nos encontramos, dando lugar a que las referencias al envejecimiento se hagan desde una perspectiva negativa y nada acorde con la realidad.

“Una de las cosas que peor hacemos es transmitir un discurso muy dramático sobre el envejecimiento tanto colectivo, como individual”, exponía Dolores Puga, científica titular del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), durante el primer encuentro organizado por la Comisión Jubilare, “Ética y filosofía del envejecimiento”, celebrado el pasado 24 de noviembre. En lo que respecta a los elementos que conformarían este discurso, Puga señalaba como el envejecimiento tendería a verse como una tragedia de carácter diferencial (sin reparar en su carácter global) y de fácil arreglo (aludiendo a la natalidad como principal solución). Culpabilizar a la población mayor y a los más jóvenes de los cambios demográficos, alentaría el enfrentamiento entre generaciones algo que, a su juicio, se alejaría de las grandes muestras de solidaridad intergeneracional que se darían en la actualidad.

Los discursos edadistas vendrían potenciados por los prejuicios que existirían en torno a las personas mayores, considerándolas únicamente receptoras de recursos, sin reparar en las múltiples contribuciones que harían a la sociedad. Todo ello, redundaría en la discriminación y la estereotipación de este grupo poblacional que vería como a medida que pasan los años se irían reduciendo sus derechos. Uno de los principales errores que se cometerían a la hora de abordar el envejecimiento, sería entender a las personas mayores como un colectivo homogéneo, sin reparar en su diversidad. Y es que, si bien en los países en vías de desarrollo, el concepto de ser mayor estaría más relacionado con las funciones físicas y mentales de una persona, en el caso de los países desarrollados el inicio de esta etapa estaría asociada con una edad, los 65 años. Sin embargo, el aumento de la esperanza de vida habría dejado un tanto obsoletos este tipo de indicadores, haciendo que poco tenga que ver la proyección de vida que pueda tener una persona de dicha edad en la actualidad, con la que tendría en 1919, año en el que nuestro país fijaba la edad de acceso a la jubilación en 65 años. “No solo importa la trayectoria de vida que tenemos por detrás, importa también el horizonte. Si lo planteamos, somos más jóvenes que nunca en ese sentido”, apuntaba Puga, quien vería como un deber reconocernos en la población que ya somos y adaptar nuestras estructuras a los cambios acontecidos, alejándonos de ese deseo continuo de volver a convertirnos en una población joven.

Mientras infinidad de artículos emplearían términos como “invierno demográfico” para abordar el envejecimiento de nuestras sociedades, trasladando una visión negativa sobre este proceso natural fruto de la evolución de nuestra especie, las referencias positivas a este proceso serían, en comparación, inexistentes, obviando uno de los mayores logros alcanzados por el ser humano, la reducción de la tasa de mortalidad infantil.

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