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Design Thinking o el poder de la creatividad colectiva

Design Thinking

De las de 35.000 decisiones de media que puede llegar a tomar una persona en el transcurso de un solo día, un 99,74% de las mismas serían llevadas a cabo de manera automatizada por nuestro cerebro. La repetición diaria de determinados procesos sería la razón por la cual muchas de estas acciones son ejecutadas prácticamente de forma involuntaria, anulando nuestra percepción sobre la capacidad electiva que implican tales actuaciones. Un hecho que tendría como resultado que el número de decisiones reales que tomamos a lo largo de una jornada se vea reducida a una media de 100. En lo que respecta al ámbito laboral, ese hábito o costumbre adquirido que constituye la rutina y por el que procedemos a llevar a cabo infinidad de acciones automáticamente hace que en muchas ocasiones apostemos por adoptar una postura irreflexiva, en la que prevalece lo estático frente a lo innovador. Es en este punto donde nacen modelos de trabajo como el denominado Design Thinking o Pensamiento de Diseño, por el que se busca encontrar soluciones innovadoras a una situación determinada, gracias al poder de la creatividad colectiva.

Una de las razones que explicarían por qué el Design Thinking se ha consolidado como una de las metodologías de innovación más populares en la actualidad es, sin duda, su capacidad para situar a las personas en el centro del proceso, alejándose de las hipótesis y  permitiendo a quienes deciden ponerlo en práctica encontrar soluciones de manera ágil y dinámica. Para poder alcanzar esto último, la técnica se centra en descubrir cuáles son las necesidades más requeridas por parte de un grupo particular de personas para, una vez detectadas, trabajar en ofrecer alternativas mejores a las ya existentes. Concluida esta primera fase, focalizada en empatizar con los usuarios, dando a conocer sus principales deseos, se procedería a poner en común toda la información recabada para posteriormente definir aquellas cuestiones más importantes a las que se pretendería dar respuesta. Es entonces cuando adquiere valor la creatividad colectiva, anteriormente señalada, por la que se buscaría obtener el mayor número de ideas posibles bajo el objetivo de poder prototiparlas. A partir de este momento, las ideas seleccionadas pasan a coger forma hasta materializarse en aquello que se quiere ofrecer, a fin de que el usuario entre en contacto cuanto antes con el producto y muestra su grado de conformidad con el mismo, dando lugar a la fase de testeo. Tras conocer la reacción del público objetivo a la solución planteada, esta será perfeccionada en base a la experiencia registrada, bajo el objetivo de poder adaptarse lo mejor posible a una necesidad.

Fallar para alcanzar el éxito

La técnica del Design Thinking favorece, por tanto, la creación de espacios creativos en los que las ideas emanan de la interacción y participación de un grupo de personas que da vía libre a su imaginación. La diversidad de los perfiles de los participantes en el proyecto actúa como un elemento enriquecedor a la hora de alcanzar el objetivo que se persigue. Entender el fracaso como una fase más del proceso de aprendizaje en la búsqueda de aquellas soluciones que queremos construir es, precisamente, una de las principales lecciones que nos muestra esta técnica, para la que la base del logro reside en perfeccionar el producto aprendiendo de los errores cometidos.

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