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COP26: Alianzas genéricas y un plan en el que seguir trabajando
Tras el parón ocasionado por la crisis epidémica, representantes de casi 200 países volvían a citarse el pasado 1 de noviembre en Glasgow (Escocia), ciudad anfitriona de la COP26, en una nueva oportunidad por consensuar acciones concretas contra el cambio climático. Trece días más tarde, el acuerdo llegaba sobrepasando la fecha inicial de clausura, fijada en un principio el 12 de noviembre, a través una propuesta de medidas que no han logrado contentar por igual a sus asistentes. Mientras países como Estados Unidos manifestarían su conformidad con el acuerdo alcanzado, desde Maldivas mirarían con recelo dichas metas al considerarlas insuficientes. Un sentimiento agridulce, que también era compartido por António Guterres, secretario general de Naciones Unidas, para quien lo consensuado en la vigésimo sexta Conferencia sobre el Cambio Climático “es un paso importante pero no es suficiente”. Es más, según lo apuntado por Guterres, la delicada situación en la que nos encontramos implica “acelerar la acción climática para mantener vivo el objetivo de limitar el aumento de la temperatura global a 1,5 grados”.
La falta de concreción en las metas marcadas por el Pacto Climático de Glasgow habría llevado a ver el acuerdo como un camino a medio hacer en la lucha contra la emergencia climática, no obstante, en líneas generales el acuerdo iría en la senda correcta, siendo una transición hacia la descarbonización de la economía y la eliminación del uso de combustibles fósiles, dos de los principales escollos en las negociaciones. Aunque el documento final sería menos ambicioso que sus borradores anteriores, en los que se contemplaba la eliminación de las centrales de carbón para 2050 y el fin de las subvenciones a los combustibles fósiles, quedándose en una llamada a reducir gradualmente el uso del carbón y finalizar con las subvenciones ineficientes, se trataría de la primera vez que un documento de tales características haría una mención expresa a sendas cuestiones.
Sin un plan específico, y postergando a 2022 la presentación de propuestas que logren reducir eficazmente la emisión de gases de efecto invernadero, el citado Pacto fija 2030 como plazo para que los países recorten las emisiones un 45%, proyectando a su vez las cero emisiones en 2050. De esta manera, se pretende cumplir con lo establecido por el Acuerdo de París y su ambicioso objetivo de mantener la temperatura del planeta 1,5 grados centígrados por encima de los niveles preindustriales. En mitad de dichas negociaciones, la COP26 centraba el debate en disminuir las emisiones de metano, responsables del 25% del incremento de la temperatura global del planeta, según el último informe elaborado por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC). La cumbre finalizaba con un acuerdo multitudinario, por el que más de un centenar de países se comprometían a reducir sus emisiones un 30% en 2030. Un pacto que, a su vez, se veía reforzado por el anuncio de China de presentar en 2022 un plan dirigido a disminuir la emisión de este gas.
El cambio climático supone un riesgo para todos los seres vivos que habitan el planeta, sin embargo, sus consecuencias resultan especialmente significativas en los países en vías de desarrollo. La COP26 marcaba entre sus objetivos encontrar las herramientas necesarias para reducir los efectos de la crisis en aquellas regiones más vulnerables, quedándose finalmente en una declaración de intenciones. En este sentido, el secretario general de la ONU, recordaba la importancia de que los países más desarrollados protejan a aquellos con menos recursos y cumplan con los objetivos de financiación establecidos, a fin de preservar nuestro planeta y todos sus rincones.
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