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Gestión de las emociones y éxito profesional

Inteligencia emocional

En situaciones de crisis como la actual, la carga emocional de nuestras decisiones suele ser mucho mayor que en otras circunstancias. La capacidad de raciocinio del individuo queda en ocasiones anulada por el poder que ejerce sobre esta el componente emocional, influyendo notablemente sobre el resultado final de la acción. Es por ello, por lo que aprender a conocer y gestionar nuestras emociones resulta especialmente importante a la hora de conseguir el efecto esperado y evitar cualquier disruptiva en el camino. Precisamente en esta cuestión es en la que incidía en 1995 el psicólogo Daniel Goleman, quien, a través de su libro “Inteligencia Emocional: Por qué puede importar más que el cociente intelectual”, popularizaría este concepto tan extendido hoy en día y que hasta entonces no había logrado despertar el interés general. En esta primera introducción a dicho término, Goleman se refiere a la Inteligencia Emocional (IE) como “la capacidad de reconocer nuestros propios sentimientos y los de los demás, de motivarnos y de manejar adecuadamente las relaciones”. Es decir, una habilidad que empezaría en la identificación de las emociones, pasando por el control de las mismas, hasta esa empatía o conciencia social por la que el individuo se predispone a comprender los sentimientos de la otra persona.

Si hasta hace unos años el coeficiente intelectual (CI) era entendido como el principal factor a la hora de establecer una relación lógica entre inteligencia y éxito profesional o académico, cada vez son más los expertos que comienzan a vincular una vida plenamente satisfactoria con una buena gestión de las emociones. Para quienes defienden esta postura, las habilidades sociales de una persona podrían llegar a ejercer una mayor influencia, tanto en su vida profesional, como privada, que la que a priori tendría la inteligencia racional. Una destreza cada vez más demandada en el ámbito laboral, al considerarse un factor indispensable a la hora de generar buenos entornos de trabajo, en los que la afinidad de los empleados repercute positivamente en la propia actividad de la empresa. Tal sería el efecto que ejercerían las relaciones humanas en el ámbito laboral que, según un análisis realizado en 2018 por la red nacional de agencias de recursos humanos Nexian, un 60% de los empleados encuestados primaría antes el tener un buen líder, frente a un incremento salarial. En una entrevista publicada ese mismo año por el diario El Confidencial, Goleman va más allá y asegura que “la razón más común por la que una persona se va de una empresa es porque odia a su jefe”.

Practicar la inteligencia emocional

Entre las principales razones que convierten a una persona emocionalmente inteligente en una pieza clave para cualquier compañía esa es, sin duda, su capacidad de reacción frente a situaciones complejas. La automotivación que por lo general caracteriza a estas personas, les permite ofrecer una respuesta mucho más optimista a aquellas circunstancias difíciles, en las que el sujeto opta por mirar más allá del problema y avanza hacia la búsqueda de una solución. De esta manera, este tipo de individuos se caracterizarían por tener una visión mucho más a largo plazo que la que podrían llegar a tener aquellas personas que no sepan autogestionar sus emociones, permitiendo ampliar sus horizontes y aumentando así sus probabilidades de éxito.

Más allá de los beneficios que la inteligencia emocional tendría sobre uno mismo, gracias a la conciencia emocional del propio yo y a la capacidad de autocontrol sobre las emociones, la facilidad de estas personas para interpretar correctamente las señales emitidas por la otra parte, mediante el análisis de la palabra y de aquellos signos de carácter no lingüístico, dotaría a estos sujetos de una gran habilidad social para desenvolverse correctamente en diferentes escenarios. Su sencillez para eludir los conflictos respondería al hecho de centrar sus esfuerzos en entender el por qué de las razones que habrían llevado a la otra persona a actuar de una manera determinada, en vez de focalizarse en cómo le hacen sentir los demás. Y es que, sin que ello implique el tener que descuidarse, la excesiva autocompasión hacia uno mismo puede llegar a magnificar cuestiones mucho más simples de lo que a priori podrían parecernos. Es por ello, por lo que practicar la reflexión, la escucha activa o la empatía, pilares de la inteligencia emocional, suele ser la mejor opción a la hora de llegar al objetivo deseado sin tener que lamentarse por el camino.

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